De forma natural, la camelina puede encontrarse en climas fríos y semi-áridos, en zonas esteparias o de pradera. Crece bien en muchos tipos de suelos, con amplios rangos de pH, si bien es preferible evitar los encharcadizos y los excesivamente calcáreos. La camelina es relativamente tolerante a suelos salinos, aunque menos que la colza. En definitiva, es un cultivo bastante rústico, que se puede adaptar a terrenos marginales o de aprovechamiento secundario, pero obviamente vegeta mejor en suelos fértiles.

La camelina se adapta a condiciones de sequía; no obstante, un déficit hídrico importante en determinadas fases (como por ejemplo durante la floración) puede tener un impacto negativo en la producción. También es una planta con bastante tolerancia al frío, e incluso a condiciones de cierto sombreado.

Se ha elaborado un mapa provincial de aptitud, tratando de localizar los mejores emplazamientos para este cultivo, teniendo en cuenta principalmente los siguientes factores:

– Evitar el cultivo a partir de determinada altitud (como orientación, por encima de 1.500 msm).

– Índice topográfico: evitar zonas de acumulación de humedad, como los fondos de valle.

– Una escasa precipitación no impide el crecimiento del cultivo, aunque sí puede limitar los rendimientos; en consecuencia se favorecen las zonas con mayor pluviometría.

– Textura del suelo: se priorizan los suelos francos, franco-arenosos o franco-arcillo-arenosos.

– Se evitan los suelos excesivamente arcillosos y/o calcáreos.

– Se excluyen las zonas forestales e improductivas.

El mapa obtenido permite afirmar que la camelina es un cultivo que se adapta perfectamente a numerosos enclaves repartidos por toda la provincia. Por tanto, desde un punto de vista agroambiental, se trata de un cultivo recomendable en Merindades, Amaya Camino, Bureba, Arlanza, Demanda Pinares y Ribera del Duero.